domingo, 31 de octubre de 2010

Hacia la Cumbre en Seúl

LOS EMERGENTES LLEGAN AL G-20 CON LA AUTORIDAD QUE LES DAN SUS RESULTADOS

Publicado el 31 de Octubre de 2010

Por Nicolás Bontti

Europa y los Estados Unidos están en una situación económica y social muy delicada. La agenda incluirá la utilización de los tipos de cambio y el reconocimiento de un mayor protagonismo en el FMI a los miembros de Asia y América Latina.


El G-20 se convirtió, desde el 25 de septiembre de 2009, en el organismo que se ocupa de la situación económica mundial, desplazando al G-7 y G-8.

En su primera definición como foro permanente, se pronunció por políticas que protegieran el empleo decente, impulsando regulaciones sobre los bancos de inversión y paraísos fiscales, y avanzando en la discusión sobre la reformulación del FMI y el Banco Mundial, principales responsables de la crisis financiera internacional, por avalar prácticas económicas especulativas que derivaron en una debacle histórica para el sistema capitalista.

Sin embargo, este debate sobre el rol de los organismos multilaterales de crédito no llegó a ninguna conclusión ni acuerdo relevante una vez finalizada la última Cumbre del grupo realizada en Toronto.

Los líderes del grupo regresaron a sus países con una larga lista de tareas para realizar antes del próximo encuentro que se realizará en Seúl los días 11 y 12 de noviembre.

EL CONTEXTO ECONÓMICO MUNDIAL. La economía internacional quiere empezar a recuperarse de la grave crisis financiera que comenzó en agosto de 2007 en los Estados Unidos, y que en 2008 se extendió a otros sectores y economías del globo. Los efectos de esa coyuntura se intensificaron en septiembre y octubre de 2008, cuando los valores bursátiles cayeron en picada en todo el mundo y fue necesario rescatar con carácter urgente grandes instituciones financieras de Europa y los Estados Unidos.

Las “economías emergentes” y “en desarrollo” se vieron afectadas por el declive del comercio internacional y la disminución de los precios de las materias primas. Esta situación derivó en un gran perjuicio, tanto para las empresas como para los trabajadores de esos países, con hogares que debieron, en el mejor de los casos, moderar el consumo y la posible inversión, ante la desalentadora realidad que se comenzó a vivir.

A principios de 2009, se dio un marcado incremento del desempleo en gran cantidad de países y una disminución de los ingresos en casi todos los integrantes del G-20.

En los países centrales, los gobiernos intervinieron para fomentar la actividad económica con fuertes inyecciones de liquidez en los mercados financieros y políticas monetarias agresivas, en particular mediante recortes drásticos de los tipos de interés.

Se han implementado, además, políticas de estímulo fiscal, con inclusión de recortes discrecionales de los impuestos y un aumento del gasto público.

CRISIS Y AJUSTE. También se ha optado, en algunos casos, por la reducción de la jornada de trabajo, los programas de formación y la ampliación de las prestaciones del seguro de desempleo.

El G-20 ha participado activamente en la coordinación de las respuestas mundiales y nacionales. Está planteado el debate acerca de si, efectivamente, la aplicación de estas medidas ha contribuido a evitar que la recesión fuera aun más acusada (y el número de quiebras y pérdidas de empleos, mayor) o si, por el contrario, el ajuste fiscal operado en los países europeos es un factor que agrava la recesión por la vía de contraer el consumo y la demanda.

La primera de las posturas da por supuesto que no es posible mantener la fe irrestricta en las bondades del libre mercado. Paradójicamente, los principales promotores de ese libre mercado se vieron obligados a recurrir a la intervención estatal en la economía, para rescatar lo que el sistema por sí mismo había sido incapaz de salvar.

Europa y los Estados Unidos atraviesan aún grandes problemas que se comenzaron a gestar al calor de la crisis especulativa.

El pueblo francés se ha manifestado sistemáticamente en los últimos días, a raíz de las políticas de ajuste impulsadas por el presidente Nicolas Sarkozy, particularmente la pretensión de aumentar de 60 a 62 años de la edad jubilatoria. La situación de España es aun peor, con siete trimestres consecutivos de crecimiento negativo de la economía, un desempleo galopante, y sin expectativas de que la situación se resuelva prontamente.

Por su parte, los Estados Unidos decrecieron durante 2009: ni siquiera es seguro, según las previsiones que maneja la OIT, que pueda recuperar lo que ha perdido durante el corriente año.

EMERGENTES. Por el lado latinoamericano del G-20, tanto la Argentina como Brasil se mostraron sólidos frente a la crisis, con una rápida capacidad de reacción ante la misma (apenas uno y dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo del PBI, respectivamente), gracias al ordenamiento financiero y la disciplina macroeconómica que supieron mantener, y que los posicionó de mejor manera ante la debacle.

Las previsiones de la OIT señalan, a su vez, que durante 2010 Brasil ya estaría superando el nivel de actividad económica de 2008, con un 5,2% de crecimiento esperado, mientras la Argentina confirmaría la recuperación en la senda de crecimiento que experimentó entre 2003 y 2008. México, por su estrecha dependencia de la economía estadounidense, no ha tenido la misma suerte.

LA PREVIA DE LA CUMBRE. En una serie de reuniones entre autoridades financieras de los distintos países del G-20, desarrolladas entre los días 21 y 23 de octubre en Corea del Sur, y tras semanas de desacuerdos sobre la conveniencia o no de retirar los estímulos y abrazar la austeridad fiscal, el G-20 convino en que son posibles las dos metas, es decir, avanzar hacia la reducción de la deuda pública, sin poner en peligro el crecimiento económico. El comunicado emitido una vez finalizados los encuentros establece que los países desarrollados tendrán que reducir sus déficits "al menos a la mitad" para el año 2013, así como estabilizar o reducir el peso de la deuda para 2016.

Algunos dirigentes, entre ellos Cristina Fernández de Kirchner, se mostraron satisfechos de que la reunión reflejara las dos posturas, sin que se haya producido el “choque de los dos mundos”.

Otro tema de discusión en esta previa de la Cumbre de noviembre en Corea se origina en que los Estados Unidos y las demás potencias acusan a China de mantener artificialmente devaluada su moneda, para otorgarles ventaja a sus exportadores en detrimento de sus competidores, incluidas las empresas estadounidenses.

Se espera que se cierre el encuentro con un comunicado conjunto contra lo que se entienden como desequilibrios derivados del uso de políticas cambiarias.

Asimismo, como resultado del desempeño de cada uno de los miembros del grupo, se ha acordado otorgar un mayor peso a los países “emergentes” y “en desarrollo” en el FMI, para hacer ese organismo “más efectivo, creíble y legitimado” y permitir su papel de apoyo al sistema financiero y monetario internacional.

Las deudas del sistema financiero internacional

El G-20 funcionó durante varios años bajo la coordinación del FMI, enmarcado en los lineamientos del Consenso de Washington.

Se puede decir que desempeñó un papel secundario en el sistema de coordinación económica internacional, hasta que se desató la crisis del año 2008.


La quiebra de bancos y casas financieras durante el segundo semestre de ese año y la propagación de los efectos de la limitación del crédito a la economía mundial fueron los detonantes para su jerarquización y la convocatoria decidida por parte del gobierno de los Estados Unidos para que se reuniera a nivel presidencial.

Los países emergentes que habían sido el problema y la causa de creación del G-20 se visualizaron desde entonces como los protagonistas de la recuperación económica que debía seguir a la crisis.

A pesar de que se haya logrado que la situación no llegue a una profunda depresión, aún se está lejos de construir una arquitectura financiera internacional que responda a las necesidades de las respectivas sociedades, canalizando los ahorros en sentido productivo y social.

No existe hoy en el G-20 el consenso suficiente respecto de la profundidad que debe alcanzar la reforma y, en particular, sobre cómo corregir los fenómenos de especulación, falta de transparencia y aliento a la corrupción que significan el secreto bancario y los paraísos fiscales.

Opinión I

“Los Estados Unidos tienen serios problemas internos”

Por Enrique Aschieri

Economista, miembro del SID.

En principio, hay que tener en cuenta que la semana próxima Obama tiene la posibilidad de perder la mayoría en las cámaras legislativas de su país. Eso tendrá gran incidencia sobre cómo se reconfigurará el mapa mundial con vistas a la próxima cumbre del G-20, ya que se podrían imponer sectores que defienden los postulados teóricos de los padres del neoliberalismo, con Von Hayek a la cabeza.

Los Estados Unidos tienen serios problemas internos, y el acuerdo existente entre conservadores y laboristas en Inglaterra no creo que se explique por otro motivo que el de un intento de prepararse para lo que podría ser el peor de los escenarios posibles.

Por otra parte, en nuestro país los factores de poder económicos están esperando para contragolpear, como grandes beneficiarios que han sido de los procesos de valorización financiera del capital.

El problema más grave de la economía internacional es que el dólar está muy por encima de la necesidad de circulación mundial, entonces surge la pregunta sobre quién se hará cargo del ajuste.

A partir de esa realidad es que en el G-20 se abrirá un escenario para que la mayoría de los países centrales impulsen su agenda reclamando un atraso en el tipo de cambio de algunos países emergentes para, de esa manera, crearle demanda al dólar, y en consecuencia, pagar los costos del ajuste.

Hay que estar atentos, porque en la Argentina existe una coalición política y económica dispuesta a llevar a cabo ese programa.

Opinión II

“No habrá ninguna guerra cambiaria entre los países”

Por Juan Miguel Massot

Inst. Investigaciones de UNSAL.

El problema general y que está en el fondo de las discusiones actuales es que los países más importantes tendrán la posibilidad de lograr una coordinación efectiva y alcanzar un consenso esperado desde hace mucho tiempo. Esto es posible ya que actualmente no hay un país que sea claramente líder, debido a que la crisis estadounidense pone en cuestión la unipolaridad.

Para resolver los problemas se necesita de la coordinación, lo que implica incorporar las voces de algunos países emergentes como China e India. Sin embargo, no es claro cómo seguirá la situación, ya que los países desarrollados no tienen políticas y objetivos coherentes entre sí, lo cual complica la posibilidad de coordinar los temas fiscales y monetarios. Esto se ve muy claramente con China, que tiene importantes objetivos internos, entre los cuales aparece el seguir incorporando millones de personas al trabajo.

El gran desafío, entonces, sería lograr la estabilidad monetaria sin caer en la recesión. Estamos ante un fenómeno relativamente novedoso. Antes, los temas los resolvían los países desarrollados, como cuando Francia y Alemania se pusieron de acuerdo para formar la Unión Europea, pero ahora el panorama ha cambiado, sobre todo con la actualidad de algunos países emergentes.

Es una tarea muy compleja, por eso se logra tan poco en cada reunión del G-20. Lo importante en este momento es que no se va a desatar una guerra cambiaria y comercial entre los países. Hay mucha especulación, debido a la falta de coordinación, pero declarar una “guerra de monedas” o comercial es demasiado aventurado.

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domingo, 24 de octubre de 2010

La pesada herencia de la convertibilidad

LAS REFORMAS ESTRUCTURALES DE LOS 90´, UN LEGADO QUE AÚN PERDURA

Publicado el 24 de Octubre de 2010

Por Nicolás Bontti

El plan Menem-Cavallo consolidó las políticas económicas que lo precedieron. El capital extranjero tuvo una fuerte incidencia en la caída y el empeoramiento de las condiciones del empleo. Parte de la agenda todavía debe ser modificada.

La Ley de Convertibilidad no inauguró las reformas neoliberales en el país. La dictadura de 1976 desplegó una batería de medidas de corte profundamente regresivo, que complementaron a nivel económico la represión abierta contra los sectores populares. Se promovió una apertura indiscriminada de la economía, priorizando la valorización financiera del capital sobre la inversión productiva, lo que contribuyó a desmantelar la estructura industrial del país.

LEY DE ENTIDADES FINANCIERAS. La Ley 21.526 promovida por Alfredo Martínez de Hoz regula, desde el 14 de febrero del 1977, el funcionamiento del sistema financiero. La actividad dejó de estar al servicio de la inversión productiva y el consumo sostenible, consolidando la posibilidad de que los negocios privados tuvieran prioridad por sobre el desarrollo productivo y social. Establece amplias libertades a los bancos, permitiéndoles operar con escasas regulaciones y fijando sus propias reglas en el mercado.

Se promovieron diversas modificaciones a la normativa, sin que por ello se alterara su espíritu y la operatoria del sistema financiero. Diferentes proyectos se vienen discutiendo en la Comisión de Finanzas de Diputados para remplazar la normativa vigente. El primero de ellos, promovido por el legislador Carlos Heller, apunta a considerar el sistema financiero como un servicio público. Por ese motivo recibió una cerrada oposición de los representantes de la Cámara Argentina de Comercio (CAC) y la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que manifestaron no estar de acuerdo con la intervención estatal en el sistema financiero. No ocurrió así con los proyectos presentados por los diputados Federico Pinedo del PRO y Gerardo Milman del GEN, que consideran inoportuna la regulación de una actividad que resultaría central para el desarrollo productivo del país.

Al respecto, Ana Castellani, doctora en Ciencias Sociales de la UBA, señala que “la reforma financiera de 1977 fue una bisagra, y es la medida central que permite entender por qué se terminó el modelo de industrialización sustitutiva de importaciones”. Indica además que “es una deuda pendiente que espero se pueda corregir antes de que termine el mandato del actual gobierno”.

Esta primera “pesada herencia” de la economía argentina se evidenció en el estancamiento del PBI per capita, la distribución crecientemente regresiva del ingreso, el aumento de la población en situación de pobreza e indigencia, mayor desocupación y reducción salarial.

LA DEUDA DE LA DEMOCRACIA. A estas consecuencias se sumó el desorbitante crecimiento del endeudamiento externo y de las ganancias financieras, en un contexto de creciente desindustrialización, en lo que terminó por configurar una clara reformulación del rol interventor del Estado en los asuntos económicos.

Tras las vuelta a la democracia y la derrota en las urnas, el gobierno de Raúl Alfonsín, obligado a ceder el poder anticipadamente, selló previamente el pacto que permitiría al gobierno menemista la sanción de dos leyes fundamentales para el proceso de reformas estructurales: la Ley de Emergencia Económica y la Ley de Reforma del Estado.

La política de reforma neoliberal fue llevada al paroxismo de la mano de la administración Menem. Durante los años que gobernó, se siguieron al pie de la letra los recetarios del Consenso de Washington, desmantelando la capacidad de intervención del Estado a través de las medidas de “ajuste estructural”. Se llevó a cabo el ajuste más profundo de toda América Latina. Ninguna otra nación logró en un plazo tan breve implementar semejante cantidad de cambios radicales a favor de la “economía de mercado”.

El proceso de extranjerización de la economía argentina tuvo sus orígenes en la Ley 21.382 de Inversiones Extranjeras, sancionada en la época de Martínez de Hoz. A ese antecedente, se sumó otra nefasta herencia del menemismo, vinculada a la enorme cantidad de Tratados Bilaterales de Inversión (TBI) que sujetaron, y sujetan, las controversias comerciales al arbitraje del Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), dependiente del Banco Mundial. La extraordinaria rentabilidad garantizada a las empresas extranjeras durante ese gobierno, a través de contratos inéditamente beneficiosos y privatizaciones mediante, ocasionaron una gran cantidad de pleitos jurídicos al Estado argentino.

Ana Castellani brinda detalles sobre la evolución de la incidencia de los capitales externos: “La cantidad de empresas extranjeras en la cúpula empresarial hoy es mayor a las que estaban a finales de la convertibilidad, que a su vez eran muchas más que las que aparecían a comienzos del modelo.” Asimismo, señala que: “si bien se experimentó una gran expansión, de 2003 en adelante, no se produjeron cambios significativos en la estructura industrial, ya que las ramas más dinámicas siguen siendo las mismas, con la agroindustria a la cabeza, lo cual se refleja en una inserción exportadora similar”.

PRIVATIZACION Y AJUSTE. La “reforma del Estado” tuvo en la política de privatizaciones uno de sus ejes principales, pero incluyó otros aspectos: el achicamiento de la administración central, el crecimiento desordenado de los gobiernos provinciales por delegación de nuevas tareas, el recorte sistemático del gasto público, la continuidad en la redefinición de las relaciones capital-trabajo (con la flexibilización laboral como pilar, y un alto crecimiento del desempleo y la consecuente pauperización de las condiciones de vida de los trabajadores), los avances desreguladores (con la apertura masiva e indiscriminada de la economía al mercado mundial), y las reformas regresivas del sistema tributario.

CONVERTIBILIDAD. Otro pilar fundamental de este conjunto de reformas implementado por el menemismo lo constituye la Ley de Convertibilidad, que implicó la subordinación de la divisa nacional a la estadounidense, y que se encuentra en las antípodas de los planes de liberalización de los mercados, al fijar las fluctuaciones de la moneda más allá de las variaciones en el mercado de divisas. Este mecanismo antiinflacionario de estabilización de precios limitó la autonomía monetaria del Estado y es la base de los enormes problemas que se acumularon durante la década de 1990, algunos de los cuales hoy persisten.

Esta situación implica una segunda herencia neoliberal de difícil retorno, porque se trata de ir desarmando un modelo que llevó a la marginalidad y a la pérdida de trabajo a millones de argentinos. Hoy se da una ruptura en varios aspectos. En primer lugar, la actual forma monetaria es distinta a la de la convertibilidad, ya que no produce estructuralmente endeudamiento y flexibilización laboral. De concretarse la reforma de la Carta Orgánica del BCRA, bajo la conducción de Marcó del Pont, implicaría priorizar un doble objetivo de producción y empleo.

La deslegitimación explícita de la intervención estatal no puede ser atribuida exclusivamente a la voluntad política de un jefe de Estado o de un gobierno. Remite a significativas modificaciones en la lógica de funcionamiento de “lo público” que se fueron gestando durante décadas, en tensión con las crisis y mutaciones de la economía mundial. Significó una verdadera estrategia político-económica que redimensionó las bases de dominación social de un modo claramente desfavorable a los sectores populares, e implicó un cambio profundo en los lazos que se habían tendido, desde el primer peronismo, entre el Estado y la sociedad en nuestro país.

Las recetas del Consenso de Washington

Las reformas económicas aplicadas en una gran cantidad de países de América Latina desde inicios de los años noventa se enmarcaron en lo que se ha denominado “Consenso de Washington”, apoyado y promovido por los organismos internacionales de crédito como el FMI el Banco Mundial.

Se trata de una serie de recetas de política económica que tienen su origen en el artículo de 1989 de John Williamson, titulado “What Washington Means by Policy Reform” (que podría traducirse como “Qué entiende Washington por políticas de reforma”), y que incluye los siguientes 10 puntos: disciplina fiscal, reordenamiento de las prioridades del gasto público, reforma impositiva, liberalización de las tasas de interés, una tasa de cambio competitiva, liberalización del comercio, apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas, privatizaciones, desregulación, derechos de propiedad. Ante los fracasos estrepitosos que ocasionaron la implementación de estas políticas en la región, el mismo Williamson se vio obligado a reconocerlo, publicando en 1997 “The Washington Consensus Revisited” (“El Consenso de Washington revisitado”), donde intentó, contra cualquier evidencia, rescatar el modelo explicando lo que entendía fueron los causantes de sus desastrosos resultados.

Opinión

“La actividad financiera debe ser un servicio público”

Por Carlos Heller

Diputado de Nuevo Encuentro.

Entre los objetivos de la Ley de Servicios Financieros está revertir una de las características definitorias de la herencia: la extrema liberalización de los servicios financieros. Los bancos comerciales pueden realizar toda operacion que no le sea prohibida.

El cambio conceptual respecto de la actual normativa que impulsa nuestro proyecto está vinculado con la definición de la actividad financiera como un servicio público, con haber sido pensada desde el interés de los usuarios, y con establecer un listado taxativo de operaciones que los bancos comerciales pueden cumplir. Se trata de que las operatorias, en vez de estar orientadas a satisfacer la máxima ganancia de las entidades, estén encaminadas a satisfacer las necesidades de los usuarios. Se diseñan normas claras para la orientación del crédito hacia las pymes, a hipotecarios para la vivienda y a microcréditos, así como se colocan tasas máximas a cobrar a micro y pequeñas empresas, y a los préstamos inferiores a $ 100 mil. También hay regulaciones más estrictas para los bancos de capital extranjero, y una cuota máxima de mercado para las entidades privadas. Se establece, además, una Defensoría del Usuario de Servicios Financieros.

Son todas medidas de regulación de la actividad financiera, que dan un giro copernicano a la ley sancionada por la dictadura y que rige aún hoy.

http://tiempo.elargentino.com/notas/las-reformas-estructurales-de-los-%E2%80%9990-legado-que-aun-perdura

lunes, 11 de octubre de 2010

Investigaciones sobre economía de la pobreza





UNA MIRADA DIFERENTE SOBRE EL AHORRO

Publicado el 10 de Octubre de 2010

Por Nicolás Bontti

Los sectores de bajos recursos demuestran que guardar un excedente de dinero mensual no es exclusivo de quienes alcanzan a cubrir la canasta básica. Los más ajenos al sistema financiero, a su manera, también lo practican.

La visión dominante en las discusiones económicas considera que el ahorro de un país está constituido por los montos destinados a tal concepto por parte de los sectores público y privado, encontrándose dentro del último el correspondiente a las familias. En esta definición, la posibilidad de renunciar a un consumo para contar con una reserva implicaría que las necesidades básicas del grupo familiar en cuestión están cubiertas. Sin embargo, investigaciones recientes dan cuenta de que esta perspectiva no sería suficiente para abarcar la totalidad de las prácticas de ahorro vigentes en nuestra sociedad.

De esta manera, se replantea la discusión sobre la materia y se evidencian ciertas limitaciones que exhiben los grupos que marcan la agenda en los debates sobre los distintos fenómenos económicos. Así, al entender el ahorro como la parte del ingreso que no se destina al consumo, quedarían excluidas de esta posibilidad aquellas familias y personas que no cuentan con un ingreso suficiente para cubrir sus necesidades básicas de alimentación, vestimenta y vivienda.

La precariedad de las condiciones de vida en la Argentina, producto de la implementación de políticas públicas neoliberales a partir de la última dictadura militar, sirvió de inesperado entrenamiento para los sectores populares, al verse obligados a aguzar su imaginación a la hora de definir sus estrategias de vida y subsistencia. A esta nefasta herencia del pasado, se suman las dificultades que han encontrado para acceder a los servicios financieros. El sistema bancario no les ofrecía sus productos de crédito ni de ahorro, al no contar con las garantías materiales y normativas exigidas, y allí es dónde comenzaron a aparecen acciones que buscaron reorganizar las economías familiares, entre las que se encuentran, según el estudio de Alexandre Roig, Doctor en Sociología Económica del Desarrollo, nuevas formas de ahorro monetario y no monetario.

−¿Cuáles fueron las distintas estrategias de ahorro en los sectores populares que detectó en el transcurso de su investigación?

−Las estrategias son de distinta índole. Algunas consisten simplemente en guardar dinero bajo todas sus formas posibles. Asociadas a esto aparecen toda una serie de teorías vinculadas a la seguridad, relacionado con el hecho de no contar con productos de ahorro convencionales. Además hay prácticas que tienen que ver con la “cosificación” del dinero, es decir, transformarlo en una “cosa”, y ahorrarlo como tal. Es el caso particular del ahorro vinculado a la mejora de la vivienda, en el cual uno ve que se compran rápidamente azulejos, cemento y distintos materiales para la casa y, cuando se llega a cierto nivel de acumulación, pueden ser volcados a la construcción o refacción del hogar.

Otra estrategia es la que proviene de los sectores vinculados al reciclado de la basura. Se trata de no transformar en dinero los plásticos y residuos que se acumulan, guardándolos para los momentos en que se necesite venderlos, o reservándolos para un consumo posterior.

−Son familias con bajos ingresos, ¿no sería más apropiado hablar de “estrategias de subsistencia” antes que “prácticas de ahorro” ?

−Hay una representación instalada entre los intelectuales y sobre todo entre los economistas, según la cual la economía de la pobreza es solamente una economía de la reproducción. Eso es cierto debajo de cierto umbral de ingresos, donde es mera supervivencia. Pero estaría asociado a situaciones de indigencia, mientras que la mayoría de los sectores populares no están en esas condiciones. Hay muchos gastos que no están asociados a la reproducción material mínima. Hay gastos que tienen que ver con el juego, que en principio una tiende a asociar con las clases medias y altas.

−¿De qué forma esta visión del ahorro pone en cuestión las perspectivas tradicionales?

−Los conceptos que se utilizan para describir el mundo son muy abstractos, no concretos. Los economistas hablan del ahorro desde una definición teórica. Muy pocas veces se detienen a ver qué es lo que la gente realmente hace con su dinero para entender cuál es la lógica de esas acciones, su sentido práctico.

Implica abrir un campo de categorías nativas que estos sectores utilizan para describir sus acciones. Las ciencias sociales siguen siendo una ciencia en devenir, y todavía estamos en la búsqueda de las nociones apropiadas para entender la realidad social. En el caso del ahorro, me parece mucho más apropiada la idea de “separación”, que la de “ahorro”.

−¿Qué incidencia tienen estas estrategias domésticas en la mejora de la calidad de vida de los sectores involucrados?

−Históricamente, cada vez que hubo libretas de ahorro para los sectores populares, mejoró la calidad de vida. Todos tienen un recuerdo positivo de esa experiencia. A su vez, el ahorro popular permite que esos sectores no estén sobreendeudados, que es uno de los grandes problemas actuales de la Argentina.

−¿Cómo cree que incidirá la reciente creación, por parte del gobierno nacional, de cajas de ahorro gratuitas y universales en las estrategias de ahorro de esos sectores?

−Creo que es un cambio fundamental y positivo. Sin embargo, tiene un obstáculo, que es la forma en la cual se accede a esas cajas, en el sentido de que para muchos sectores populares, que durante tantas décadas estuvieron alejados de los bancos, va a implicar una reconstrucción del vínculo con la institución financiera. Creo que esta medida, entonces, debería estar acompañada de un gran programa educativo, como lo hubo en su momento con la Caja de Ahorro Postal, para que no sea una institución que quede vacía.

domingo, 8 de agosto de 2010


POLÍTICA, ECONOMIA Y BIEN COMÚN


Por Nicolás Bontti


La concepción hegemónica en las discusiones económicas señala al mercado como mecanismo eficiente en la asignación de recursos en la sociedad (siempre escasos a decir de cualquier manual de economía), evitando dar señales de “debilidad” hacia el mundo de la política, compañera, sin embargo, de una dualidad inevitable que el mainstream de la Academia se ha empeñado sistemáticamente en negar durante las últimas décadas.

En períodos de crisis económica, donde claramente se evidencian (se vuelven a poner en evidencia) las falencias que exhibe el mercado librado a sus propias tempestades, suele aceptarse el rol interventor del Estado como contrapeso político de los desequilibrios económicos. Por estos días acontece una situación por el estilo. Habiendo cedido en intensidad la influencia del paradigma neoliberal a causa de las desastrosas consecuencias producidas por este tipo de recetas en una gran cantidad de países del globo, se vuelve a conceder a la política un margen de maniobra para compensar la tan celebrada “libertad de mercado”.

Así es como se vuelve a la necesidad de recuperar el mercado en su integridad, considerando su dimensión política, buscando hacer estallar las esferas aisladas en las cuales se quería circunscribir a cada uno de estos ámbitos. Pero qué sería un mercado y, en todo caso, cuáles son las lógicas que dominan su funcionamiento en las sociedades modernas. Es importante no dar esta discusión por cerrada.

En su ya clásica Política, Aristóteles, históricamente distante de los mercados modernos, supo entrever las tensiones nodales que habitan al interior de la organización económica de una sociedad, y planteo así la existencia de diferentes tipos de mercados, con lógicas de funcionamiento a la vez complementarias y contradictorias. De esta manera, identificó la existencia de una dualidad presente en el mundo económico entre un “mercado doméstico” y un “mercado crematístico”. Sobre el primero afirma: “(…) existe una especie de arte adquisitivo que por naturaleza es parte de la administración doméstica. Es lo que bien le debe procurar o facilitarle que ella misma se procure, aquellas cosas cuya provisión es indispensable para la vida y útil a la comunidad de la ciudad o de la casa”. Pero, advierte a su vez, “(…) existe otro tipo de arte adquisitivo, y es apropiado llamarlo así, crematística, por el cual parece que no existe límite alguno a la riqueza ni a la propiedad”.

De esta forma, el filósofo griego realiza un llamado de atención, hace bastante más de 2.000 años, en relación a la pretendida eficiencia del mercado como mecanismo asignador de recursos al interior de la sociedad, poniendo en evidencia la complejidad que representa la voluntad ilimitada de acaparamiento que pueden desarrollar los individuos que interactúan al interior del mundo de la crematística, lo cual podría hacer peligrar la subsistencia de los mercados domésticos.

La ciencia económica que dominó las discusiones a nivel internacional durante los últimos 30 años también persigue, como el filósofo griego, el bien común, pero lo define de otro modo, lo cual no es una cuestión menor. Para esta ciencia, la racionalidad individual que llevaría, a nivel agregado, a la acumulación, redundaría en un mayor bienestar social a través del acrecentamiento general de las riquezas. Pero esta situación no hace más que manifestar un tipo de moral, que no ha sido ni es la única que existe. Lo colectivo es lo verdaderamente emparentado con el bien común, y en la actualidad, como en la antigua Grecia, eso se vincula con lo público, que debe contener las ansias ilimitadas de acumulación privada. Hoy algunos lo llaman “redistribución”, o “regulación estatal de la economía”.

El Estado debe, por un lado, garantizar la reproducción social de los individuos, y por otro, ser respaldo legal e institucional de la reproducción de los mercados (y de la emisión de las monedas). Cómo se define esta contradicción, cuáles son los posibles puntos de contacto entre esos dos ámbitos, son cuestiones que tarde o temprano vuelven a ponerse sobre el tapete por inevitables, por la imposibilidad de negar la política en nombre del mercado. Sin pretender dar una solución definitiva a esta tensión, resulta claro que el mantenimiento o la superación de ese equilibrio inestable tiene que ver con el ejercicio del arte supremo: la política.

viernes, 6 de agosto de 2010


LA EDUCACIÓN NACIONAL Y EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN LA CULTURA


Por Nicolás Bontti


Cuando se habla de educación en nuestro país, la referencia a la obra de Sarmiento se hace inevitable. En esta línea, coincidimos con Saúl Taborda, cuando refiriéndose a él sostiene: “(…) su intervención docente en la hora crucial de la organización del país fue tan decisiva que constituye el punto central de referencia de nuestra historia de los problemas educacionales”. Y continúa más adelante en el mismo sentido: “De tal modo es cierto que se puede estar contra Sarmiento, pero no se puede estar sin él” (Taborda, 1951, p. 215). Palabras nada menores por cierto las de Taborda, más si tenemos en cuenta su ferviente oposición a los ideales pedagógicos del ideario sarmientino.

La lucha por la educación como camino indispensable para la consolidación de una nación próspera fue la mayor obsesión que Sarmiento tuvo en vida. Así es también como esta preocupación cardinal en su pensamiento, y que a su vez tradujo a la acción, se ve hoy plasmada en el legado de una vastísima obra. En líneas generales, podemos decir que su sistema pedagógico tendía a la constitución de un tipo de hombre que adquiriría como características principales la ciudadanía y la aptitud para la producción. Siguiendo sus propias palabras, el factor político que brindaría como beneficio se resume de la siguiente manera: “(…) el derecho de todos los hombres a ser reputados suficientemente inteligentes para la gestión de los negocios públicos por el ejercicio del derecho electoral, cometido a todos los varones adultos de una sociedad, sin distinción de clase” (Sarmiento, 1915, p. 22). He allí el factor de igualdad que la educación promovería, otorgando herramientas precisas a la ciudadanía que se constituye como tal a través de la participación activa en una comunidad política. De esta manera, Sarmiento ve en esta igualdad de derechos acordada a todos los hombres, lo que sirve de base a la organización social de las repúblicas. Pero como este aspecto es inevitable para el normal funcionamiento de un Estado nacional y democrático, la educación debe, además de ser derecho ciudadano, constituirse como obligación del ciudadano de brindarse a ella. El Estado debe ocuparse de la educación porque de otra manera una familia pobre no podría hacerse cargo de ella, sumiendo el futuro de sus hijos en una profunda desigualdad respecto de los demás hombres educados.

Asimismo, aparece en Sarmiento la idea de que la educación promovería el desarrollo de las fuerzas materiales que una nación necesita para progresar y lograr algún día su grandeza. En este sentido, la afirmación es contundente: “El poder, la riqueza y la fuerza moral de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar estas fuerzas de producción, acción y dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que las posean” (Sarmiento, 1915, p. 23). De esta manera, vemos como considera fundamental la asimilación de los principios de la mecánica que otorgaban fundamento al desarrollo industrial de las naciones modernas de occidente. Aparte del desarrollo económico que los conocimientos técnicos facilitarían a la nación, plantea también que la educación es importante debido a que cuanto menos cultivados están los sentimientos morales de la población, menos dispuesta se encuentra ésta a respetar las vidas y las propiedades de sus prójimos.

Estos progresos que obtendrían como resultados nuestra nación y las de Sudamérica, podría sacarlas del último escalón entre los pueblos del mundo tenidos por civilizados. Podría alejar a las antiguas colonias del atraso moral y espiritual en que las había sumido la influencia de las costumbres de España, las cuales a decir de Sarmiento la habían convertido en una colonia dentro del concierto de las naciones prósperas de Europa.

En este proyecto de construcción nacional, Sarmiento niega no sólo las tradiciones heredadas de la metrópoli, sino que también rechaza las identidades coloniales preexistentes a la confección de su modelo educativo en nuestra historia nacional. En esa cuestión radica, según el autor, la diferencia principal entre los colonizadores del norte y del sur de América. Sus palabras son las siguientes: “Todas las colonizaciones que en estos tres últimos siglos han hecho las naciones europeas, han arrollado delante de sí a los salvajes que poblaban la tierra que venían a ocupar. Los ingleses, franceses y holandeses en Norte América, no establecieron mancomunidad ninguna con los aborígenes, y cuando con el lapso del tiempo sus descendientes fueron llamados a formar Estados independientes, se encontraron compuestos de las razas europeas puras, con sus tradiciones de civilización cristiana y europea intactas, con su ahínco de progreso y su capacidad de desenvolvimiento (…)” (Sarmiento, 1915, p. 25) Este no habría sido el caso de nuestra experiencia colonial, ya que España “mezclo” su raza con la de los aborígenes de América del Sur, con lo cual la pureza europea se terminó perdiendo en el atraso moral y civilizacional. Sobre la colonización española, plantea lo siguiente: “(…) incorporó en su seno a los salvajes; dejando para los tiempos futuros una progenie bastarda, rebelde a la cultura, y sin aquellas tradiciones de ciencia, arte e industria” (Sarmiento, 1915, p. 26). Aquí entra en juego claramente el carácter xenófobo de su pensamiento, y la idea de que la constitución de una identidad nacional debe partir básicamente de la asimilación de los aportes europeos, tanto a través de la inmigración directa como de la adopción de modelos culturales y pedagógicos provenientes de sus naciones civilizadas. De esta forma, la suma de la herencia colonial más la permanencia del aborigen redundarían en la ecuación sarmientina en una perpetuación de la barbarie.

En Conflicto y armonía de las razas en América, Sarmiento manifiesta explícitamente su preocupación por nuestra identidad mestiza, “impura”: “(…) quienes somos cuando argentinos nos llamamos. ¿Somos europeos? ¡Tantas caras cobrizas nos desmienten! ¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas nos dan acaso la única respuesta. ¿Mixtos? Nadie quiere serlo, y hay millares que ni americanos ni argentinos querrían ser llamados” (Sarmiento, 2001, p. 23). La búsqueda de una solución a este dilema identitario lleva a Sarmiento a desprestigiar todas las manifestaciones idiosincráticas de aquellos, nuestros primeros habitantes.

De esta forma, consideramos que su búsqueda de una modalidad de construcción de la identidad nacional se vuelve un proyecto imposible, debido a que niega la materia prima de aquella misma identidad, nuestras comunidades autóctonas. En esta línea, creemos que aunque se admita la posibilidad de nutrir de población e ideas extranjeras al proceso de formación de un país, será siempre un error fatal para su constitución la negación de las prácticas, ideas y creencias previamente constituidas. Podríamos decir que se trata casi de un error lógico, llegando a una conclusión sin haber recaído ni un momento en las premisas impostergables que nuestra realidad exhibía. Como ya hemos visto, la solución que Sarmiento propone es eliminar una de las premisas, en este caso el indio.

El pensamiento de Taborda, por su parte, se ubica en las antípodas del paradigma sarmientino. Así, a la conformación de una identidad nacional basada en modelos pedagógicos, políticos y económicos transplantados sin demasiados resguardos ni reformulaciones desde el exterior, opone la construcción de una entidad nacional a través del reconocimiento primordial de nuestros componentes autóctonos y tradicionales. El planteo de Taborda en relación al problema de nuestra identidad se fundamenta en una postura filosófica sobre el significado de la cultura. Recurramos pues a sus propias palabras: “(…) la cultura supone una lucha entre la potencia formativa de los valores preexistentes y las potencias formativas de los valores recién advenidos desde el fondo de la vida creadora del pueblo. Por allanar el camino a las ventajas prometidas por las novedades del afuera, el apresuramiento de nuestra decisión hizo malograr los beneficios de esa dialéctica porque nos indujo a la ligereza de desestimar nuestra propia experiencia” (Taborda, 1951, p. 203). De esta manera, consideraba que toda cultura procede de nuestra experiencia cotidiana, procede de nuestra vida misma, y no de componentes que poco tienen que ver con nuestra propia realidad.

Con semejante posicionamiento, la crítica a Sarmiento no se haría esperar demasiado. Haciendo un diagnóstico de los resultados que trajo a nuestro país la implementación del paradigma sarmientino, Taborda sostiene que la asimilación de una técnica y de un modelo de desarrollo económico liberal, lejos de integrar nuestra vida, adecuándose a nuestras condiciones específicas y ayudando a nuestras poblaciones, esencialmente precapitalistas, a percibirla y manejarla en nuestro propio beneficio, lo único que promovió fue la dislocación del orden local. Así es como plantea que “(…) aceptamos la economía del extranjero como un elemento mero y simple, sin conexión con el destino del pueblo, e hicimos del aporte técnico venido de todas partes un instrumento al servicio de la economía de emporio, desligado de la responsabilidad que comporta la consciente adhesión a la historia de una comunidad preestablecida” (Taborda, 1951, p. 203).

De esta forma, la asimilación de un modelo estatal centralizante, que era ajeno a nuestras prácticas políticas autóctonas, que priva a las provincias y a las comunidades del interior de sus recursos y de sus autonomías previas, destruye las identidades nacionales que preexistían incluso a la colonización española, acabando con nuestras formas de organización previas y transformándonos en una mera prolongación de la instituciones y prácticas europeas. Así es como se nos priva de las notas originales que se promovían antaño a través de la libre determinación de los localismos: “(…) nos entregamos a la extraña e inmotivada tarea de mutilar nuestra nación para arquitecturar desde arriba, desde el dogma racionalista, una nacionalidad al servicio del Estado centralizador adueñado de todos los resortes vitales” (Taborda, 1951, p. 204). Aquí Taborda plantea como anacrónica la concepción centralizada y homogeneizante promovida por el modelo docente de los fundadores pedagógicos de nuestro país. Esta concepción cerrada, acabada, había ya cumplido su ciclo en la perspectiva del autor. Esto es así porque la identidad nacional, ya en pleno siglo XX, no podía consistir, según Taborda, en el ideal de la supuesta comunión de todos los argentinos en una única concepción del mundo. Abogará entonces por la diversidad, apoyando las numerosas manifestaciones y concepciones que se encuentran a lo largo de nuestro territorio nacional, promoviendo la constitución de una identidad a través de un proyecto inclusivo que incorpore las diferentes expresiones de nuestro ser argentino. De no ser así, plantea que será el propio Estado el que esté atentando contra sí mismo, negándose incluso, irónicamente, la lógica parlamentaria de representación de la diversidad nacional. De todos modos, Taborda tampoco creía del todo ni en el parlamentarismo ni en el sistema de partidos políticos.

A su vez, el autor en cuestión considera que todas estas ideas educativas que fustiga se encuentran en la obra de Sarmiento, particularmente en Educación Popular, “(…) el libro del ideario docente que reemplazó al orden comunal” (Taborda, 1951, p. 224). Tampoco se priva de atacar las más íntimas convicciones y sentimientos de Sarmiento. Sostiene, de esta forma, que se olvidó de la escuela provinciana que tanto había alabado en Recuerdos de Provincia, dando lugar a “la escuela de la ciencia hecha, medida, y dosada”. También lo acusa de olvidarse de sus educadores, “(…) figuras recalcadas, hoy más que nunca, por las sombrías perspectivas de un mundo sin dimensiones humanas, para dar preferencia al tipo del hombre de la utilidad y de la ganancia concebido por el individualismo y exaltado por la epifanía poderosa y brillante de la era capitalista” (Taborda, 1951, p. 226).

Pero Taborda no se detiene aquí en sus críticas, y afirma que el plan esbozado en Educación Popular no reparó tampoco en los diferentes contextos históricos de, por un lado, la Francia posrevolucionaria y su nuevo modelo educativo y racional, y, por el otro, de la herencia humanista española. De esta manera, plantea que, sin ningún tipo de preocupación, Sarmiento opuso dos tipos de hombres completamente diferentes, promoviendo resultados que inevitablemente serían nefastos para nuestra nación y la construcción de una identidad nacional, ante la falta de reconocimiento de los antecedentes educativos y culturales que nuestra historia exhibía. Esta es, en definitiva, una fuerte crítica al modelo educativo francés que Sarmiento asimila casi literalmente como solución al atraso moral y material de nuestro país.

Por nuestra parte, consideramos que podría criticarse a Taborda de pecar de un excesivo romaticismo, pero también es cierto que demostró una mirada atenta a los problemas propios de nuestro país, tratando de basarse en la realidad que ellos mismos exhibían para proponer soluciones, y no importando sin más modelos del exterior. En este sentido, una última advertencia de Taborda resulta crucial: “La aparición de un ideal forastero en el ámbito de una sociedad determinada es un acontecimiento que procede o de una conquista o de la colonización de una cultura por otra cultura”. Y si esto es así, se pregunta lo siguiente: “(…) ¿qué juicio solvente se atreverá a cargar sobre sí la responsabilidad de atribuir a la empresa educacional de Sarmiento el deliberado designio de someternos al vasallaje de una cultura extranjera?” (Taborda, 1951, p. 230). A esta pregunta, consideramos pertinente responder con otra: ¿Quién más, sino Arturo Jauretche?

En este último hallamos un pensamiento alternativo, aunque con algunos puntos de contacto con el que esbozara Taborda, sobre la situación de la cultura en general y de nuestro modelo pedagógico en particular. Así, al sistema educativo que Sarmiento tomara de otras naciones en sus trabajos, y al cuasi anarquismo reivindicativo de los prácticas comunitarias de nuestros habitantes en Taborda, Jauretche opondrá un planteo que si bien se basa en la revalorización de nuestras propias ideas y tradiciones, no descarta la asimilación de aportes saludables que pudiesen provenir de las demás naciones de occidente. De esta forma, a pesar de efectuar una fuerte apuesta en pos de constituir una identidad nacional homogénea, basada en una educación promotora de los valores nacionales, evita caer en un pensamiento de carácter xenófobo. Lo que entonces repugnará a Jauretche, es que los argentinos no piensen como argentinos, sino como habitantes de naciones lejanas que a su vez tienen problemas que muchas veces nada tienen que ver con los nuestros.

La voz de Jauretche denunciará en una forma acabada el problema que años antes llegara a plantear Taborda. Así es como sostiene que la “intelligentzia”, fruto de la colonización pedagógica, se dejó asombrar por las novedades que exhibían las naciones europeas y la América del Norte, y trató nuestra cultura nacional como incultura, por no encontrarse al ritmo de las novedades intelectuales y políticas de aquellos países. Esta situación de doble alejamiento de nuestros problemas, y del tratamiento de los mismos como argentinos, redundaría en una dominación de carácter cultural que inhibirá el normal desarrollo de nuestra identidad nacional. Esta es la manera, a su entender, en que se domina a las ex colonias, a través de las ideas y no del control por medio del gobierno directo de la metrópoli. Sus palabras son contundentes al respecto: “(…) en las semicolonias, que gozan de un status político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella “colonización pedagógica” se revela esencial, pues no dispone (la potencia extranjera ) de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material” (Jauretche, 1982, p. 43). Es esta situación de dominación a la que se ve sometida nuestra cultura lo que Jauretche observa en los hechos mismos, en la europeización y alienación de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico y de la crítica histórica, entras tantas otras manifestaciones del arte, la ciencia y el sentido común.

Bajo estas condiciones de vasallaje fue que se desarrolló nuestra élite intelectual, viéndose devastadas y negadas por la historia las verdaderas generaciones de intelectuales nacionales, que deseaban generar una asimilación de los nuevos valores tomando como base indispensable los elementos culturales propios. Jauretche tampoco dejará descansar tranquilo a Sarmiento, y en La colonización pedagógica atacará con toda la fuerza de su prosa al paradigma sarmientino, el cual, a su decir, al haber marcado la constitución de nuestras capas de pensadores, los transformó en intelligentzia, dando esto por resultado final la deformación de nuestra verdadera identidad nacional, de nuestra propia esencia cultural.

Una vez consolidada la intelligentzia como vanguardia intelectual de nuestro país, a la par que se extendía la influencia de la dependencia material respecto de las potencias extranjeras, ya no se pudo salir de una especie de círculo vicioso que se conformó en el mismo proceso. Esto es así porque todos los mecanismos a través de los cuales se podía expresar esa intelligentzia se fueron conformando a voluntad de los centros de poder exteriores, con lo cual obtenían una legitimación y una estabilización dentro del país dominado que les permitía seguir adelante con la maximización de su aprovechamiento de nuestras propias ventajas. Pero cuando Jauretche escribe, ve que las condiciones objetivas han cambiado, ve que una nación pujante subyace a esas apariencias externas que fueron asimiladas como propias. Es así como describe el momento que le tocó vivir: “(…) el conflicto no es el de las ideas, ampliamente superado, sino el de la imposibilidad en que se encuentra la “intelligentzia” de actualizar su ideario de importación en presencia de un país que lo rebalsa y que ha adquirido un potencial propio que tiene que traducirse en una versión también propia de lo cultural” (Jauretche, 1982, p. 50).

Finalmente, consideramos que el planteo de Jauretche es una incitación a la rebelión espiritual de un pueblo, y de sus verdaderos intelectuales, que se vieron relegados por la historia a una función de mera obsecuencia. Esto lo vemos en el mecenazgo que el Estado promovió para cooptarlos. En esta línea, una nota al pie de Jauretche afirma: “La mayoría de los intelectuales de principios de siglo tuvieron que adaptarse pagando con silencios y complicidades el derecho a vegetar y tener un nombre en una sociedad pastoril que relegaba al intelectual a una función decorativa mantenida por el mecenazgo (bastante mal pago por cierto, pues consistía en el empleo público o el mal pagado trabajo del periodismo)” (Jauretche, 1982, p. 53-54). De esta manera, los verdaderos intelectuales serían aquellos que sabiendo entender los mecanismos mediante los cuales históricamente han sido sometidos a través de una sutil colonización pedagógica, pudieran establecerse como genuinos interlocutores orgánicos de una revolución nacional, que nos haría librarnos de la gran cantidad de determinaciones externas, en pos de la defensa de nuestra propia identidad, entendida como la diversidad de nuestra propia cultura.

Bibliografía:

• Jauretche, Arturo: “La colonización pedagógica” y otros ensayos. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1982.

• Sarmiento, Domingo Faustino: Conflicto y armonía de las razas en América. Obras Completas. Tomo 36. Universidad Nacional de La Matanza, Buenos Aires, 2001.

• Sarmiento, Domingo Faustino: Educación Popular. Obras Completas. Tomo XI. Librería la Facultad, Buenos Aires, 1915.

• Taborda, Saúl: La crisis espiritual del ideario argentino. Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral, Rosario, 1933.


APUNTES DE ECONOMÍA RECIENTE

Por Nicolás Bontti


A tono con las nuevas políticas impulsadas por los gobiernos de Tatcher en Inglaterra y de Reagan en los Estados Unidos a finales de los años 70´, el gobierno militar argentino inaugurado en 1976 desplegó toda una batería de medidas económicas de corte profundamente regresivo que buscaron complementar la represión abierta como modalidad de control de los sectores contestatarios al régimen. Así fue como, en rasgos sumamente estilizados, se promovió una apertura indiscriminada de la economía, a la vez que se priorizó la valorización financiera del capital por sobre la inversión productiva, todo lo cual contribuyó a desmantelar la estructura industrial del país. En relación a “la pesada herencia de la dictadura”, Pesce señala los siguientes resultados: “(…) estancamiento del PBI per cápita, distribución crecientemente regresiva del ingreso (desde el trabajo al capital y, dentro de éste, desde las pymes hacia las grandes empresas, sobre todo hacia el capital concentrado), aumento de la población bajo la línea de pobreza, incremento de la desocupación y caída de los salarios, aumento del endeudamiento externo y de las ganancias financieras, desindustrialización con creciente regresividad del aparato fabril, concentración del poder económico y cambio de su estructura y del comportamiento de su cúpula, y reformulación del rol del Estado”.

De esta forma se fueron reduciendo a su mínima expresión los núcleos organizativos con los cuales contaban los sectores subalternos para promover un modelo antagónico al sistema social de dominación inaugurado con el golpe. La desindustrialización implementada redujo el peso de los obreros industriales, y la clausura sindical bloqueó sus formas de expresión corporativa y política. Sumado a esto, el crecimiento del trabajo no asalariado fortaleció la figura social de los trabajadores cuentapropistas (proceso que si iría acentuando con el transcurso del tiempo, alcanzando su máximo auge durante el menemismo con los despidos masivos y la implementación de los retiros voluntarios por parte de las ex-empresas públicas privatizadas). Así fue como, en lugar de un cuerpo obrero homogéneo, como herencia de la dictadura quedó un complejo y heterogéneo espectro de empleados, obreros, independientes y marginales. De esta manera, se impuso una modificación en la modalidad de constitución de las clases subalternas, la cual implicó una conversión de la solidaridad en individualismo, y de la cooperación en competencia. En este sentido, podemos afirmar con Basualdo que “(…) la dictadura militar tuvo una importancia insustituible como uno de los factores explicativos centrales de la redefinición no sólo de la estructura económica sino también del sistema político y la sociedad civil en la Argentina, en tanto señala el momento en que se concreta la mayor “derrota popular” del siglo XX”.

Las señales de apertura del régimen político que comenzaron a manifestarse en los primeros años de la década del 80´, generaron grandes esperanzas en torno a las posibilidades que otorgaría una vuelta a la democracia en el sentido de desandar el regresivo camino recorrido en materia económica y la despiadada represión política. Muchas de estas expectativas, sin embargo, quedarían truncas a pesar de las promesas esbozadas por los candidatos a la presidencia en las elecciones de 1983.

Durante el primer año de gestión económica del gobierno de Alfonsín, el programa del ministro de economía Grinspun buscó revertir la abrupta caída de salarios que venían padeciendo los sectores trabajadores, a través del intento de fortalecer la economía doméstica, y buscando no resignar este objetivo ante la presión ejercida por los organismos multilaterales de crédito en el marco de una inédita deuda externa en la historia de nuestro país. Sin embargo, se generaron serias dificultades ante la oposición interna (ya que el programa cuestionaba de alguna manera a los ganadores del modelo regresivo de la dictadura) y externa (debido fundamentalmente a un incremento de la inflación que ponía en riesgo el cumplimiento de los compromisos crediticios adquiridos por el país), que derivaron en la renuncia del ministro. A partir de ese momento, los sectores trabajadores tendrían cada vez más lejos la posibilidad de experimentar alguna mejoría en sus condiciones de vida, y el gobierno se plegaría, en una segunda lectura de situación, a diagnósticos cada vez más ortodoxos, ante la ausencia de mejoras en el plano económico y las múltiples presiones recibidas por los grupos internos de capital concentrado y los organismos financieros internacionales.

Este “viraje hacia la derecha”, en busca de soluciones a los impostergables problemas de la economía nacional, conduciría en el final de la gestión radical a intentar implementar los recetarios de medidas económicas propugnados por los promotores del neoliberalismo, en un contexto de suma debilidad política y crecimiento descontrolado de la espiral inflacionaria, elementos que hicieron que Alfonsín tuviera que entregar el poder de forma anticipada.

De esta manera, podemos coincidir plenamente con Shorr y Ortiz en que, durante ese gobierno, “(…) se acentuó la tendencia hacia una creciente heterogeneidad dentro de la clase obrera argentina que se había iniciado durante la última dictadura militar” . En primer lugar, se produjo un achicamiento del aparato productivo, lo cual tuvo una incidencia notable sobre los procesos organizativos de los trabajadores, ya que se continúa con la política militar de desmantelamiento de su principal espacio asociativo, es decir, el lugar de trabajo. A su vez, la profunda regresividad económica experimentada durante la década de los 80´ motivó en ocasiones la imposibilidad real por parte de los trabajadores de atender cuestiones políticas, ya que el disciplinamiento a sangre y fuego de la dictadura fue continuado en democracia por el estancamiento económico, la caída de los salarios, el aumento desorbitante experimentado por los índices de precios, el creciente desempleo, y la consecuente redistribución inequitativa de la riqueza nacional.

En medio de esa preocupante situación económica se realizaron las elecciones presidenciales en las que Carlos Menem resultó vencedor. Analizando este período, Beltrán sostiene: “Tras la derrota en las urnas, la UCR perdió toda autoridad política y el gobierno de Raúl Alfonsín se derrumbó, viéndose obligado a traspasar el poder anticipadamente; no sin antes sellar un pacto con el peronismo que permitiría la sanción de dos leyes que resultarían fundamentales para el proceso de reformas estructurales: la Ley de Emergencia Económica y la Ley de Reforma del Estado”.

La política reformadora neoliberal es llevada al paroxismo de la mano de la administración Menem. Durante los años que gobernó, se siguieron al pie de la letra los recetarios del Consenso de Washington, y literalmente se desmantelaron las capacidades interventoras del Estado en la economía. Asimismo, fueron puestas en práctica las tan solicitadas medidas de “ajuste estructural”, que apuntan a una profunda reorganización del aparato estatal y de la sociedad, quedando ambos a merced de “las fuerzas libres del mercado”. Durante los años 90´ se llevó acabo el ajuste más profundo de toda América Latina y probablemente del mundo. Ninguna otra nación logró en un plazo tan breve, implementar semejante cantidad de cambios radicales a favor de la “economía de mercado”.

Lo que se ha dado en llamar “Reforma del Estado”, tuvo en la política de privatizaciones uno de sus ejes principales, pero incluye otros aspectos estrechamente vinculados con ella. Ellos implicaron el achicamiento de la administración central, el crecimiento caótico de las provinciales por delegación de nuevas tareas, la contracción del gasto público, la reestructuración de las relaciones capital – trabajo (con la flexibilización laboral como eje central, un alto crecimiento del desempleo y la pauperización de las condiciones de vida de los trabajadores), los avances desreguladores (con la consecuente apertura masiva e indiscriminada de la economía al mercado mundial) y las reformas regresivas del sistema tributario.

Otro pilar fundamental (por cierto contradictorio) de este paquete de reformas implementado por el menemismo lo constituye la Ley de Convertibilidad, que implicó básicamente la subordinación de la divisa nacional a la estadounidense, y que se halla justamente en las antípodas de los planes de liberalización de los mercados, ya que fija las fluctuaciones de la moneda más allá de las variaciones acontecidas en el mercado de divisas. Este mecanismo antiinflacionario de estabilización de precios le puso un corset fundamental a la autonomía monetaria del Estado y está en la base de los logros iniciales y de los enormes problemas que se acumularon durante toda la década de los 90´.

La deslegitimación explícita de la intervención estatal que tuvo lugar a partir de fines de los 80´ de la mano del auge internacional del neoliberalismo, no puede ser atribuida exclusivamente a la voluntad política de un jefe de Estado o de un gobierno, sino que remite a significativas modificaciones en la lógica de funcionamiento de “lo público” que se fueron gestando durante décadas. La política aplicada por el gobierno de Carlos Menem y continuada por Fernando de la Rúa, es la culminación de tendencias estructurales gestadas desde mediados de la década del 70´, en tensión con las crisis y mutaciones de la economía mundial. Significó una verdadera estrategia político- económica que resituó las bases de dominación social de un modo claramente desfavorable a los sectores populares, e implicó un cambio profundo en los lazos que se habían tendido, a partir del primer peronismo, entre el Estado y la sociedad en nuestro país.

En lo que respecta al régimen post-convertibilidad que llega hasta nuestros días, aparecen como características centrales la creciente concentración económica y la profundización de la extranjerización industrial, un perfil productivo-exportador claramente ligado al sector de procesamiento de recursos básicos (principalmente de la agro-industria y la petroquímica), y una recuperación industrial que está demandando un fuerte crecimiento de las importaciones. Asimismo, si bien se ha recobrado cierto margen de autonomía estatal en la gestión de los asuntos económicos, aún nos encontramos lejos de la situación económica previa al golpe del 76´, sobre todo en materia de distribución del ingreso nacional, aspecto que sirve como indicador para medir el contenido democrático de un modelo económico determinado. En este sentido es que podemos marcar una continuidad de la administración actual con las políticas de los gobiernos que lo precedieron desde el último golpe de Estado.


ALBERT CAMUS O LA VIDA DESPUÉS DEL ABSURDO


 

Por Nicolás Bontti

“The time is out of joint”

Hamlet, Shakespeare


Se cumplió el 4 de enero pasado medio siglo de la muerte de Albert Camus, enorme literato y filósofo francés de origen argelino, quien nos ha legado una obra enorme, no tanto por su extensión como por las marcas indelebles que ha dejado en la historia de la literatura y del pensamiento. Como todos los grandes escritores, no hubo género literario del que rehuyera, y se destacó como dramaturgo, ensayista y novelista. Retrató de una manera sublime la sensación de vacío existencial que padece el hombre moderno en su novela El extranjero, logrando una pieza incluso superior en belleza y efectividad (me atrevería a decir) a La Náusea de Sartre, uno de esos libros que están más allá del tiempo, y que le valió un Premio Nobel. Su muerte se nos presenta hoy como una triste ironía de la vida, cuando siendo uno de los más grandes pensadores del absurdo, muere absurdamente en un accidente automovilístico cerca de Le Petit-Villeblevin, 160 kilómetros al sur de París, contando apenas 47 años.

Tratar de encasillar la figura de Albert Camus bajo algún rotulo se vuelve una tarea inviable, y la posibilidad de esa vana intención se nos escurre como arena entre los dedos de un puño apretado. Cómo abordar entonces la magnitud de ese fantasma que por estos días sigue generando enconadas discusiones en Francia. Cómo conciliar ese porte de galán cinematográfico con las perturbadoras reflexiones a las cuales dedicó gran parte de su vida, queriendo quizás reconfigurar el repertorio de preguntas que la filosofía no se puede dejar de hacer.

Normalmente se lo inscribe dentro del existencialismo, al igual que a su contemporáneo Sartre. Ambos tuvieron una relación de camaradería, hasta que en la posguerra se distanciaron, a partir de una divergencia sobre la postura que consideraban debía tomar la izquierda y particularmente el partido comunista en aquel contexto, y por la función que debían desempeñar artistas e intelectuales. Sartre convertido al comunismo creía en la superioridad histórica del estalinismo frente al sistema de explotación capitalista, mientras Camus condenaba la falta de libertades y el terrorismo de estado del sistema soviético con igual energía que al sistema antagónico. En rasgos sumamente estilizados, el énfasis principal de esta tradición de pensamiento está puesto justamente en la existencia, desconfiando de cualquier supuesta esencia que la preceda. También ocupa un lugar central la elección individual y la libertad que en ella se expresa. Asimismo, junto a estos elementos aparece la responsabilidad moral que el individuo debe asumir ante cada decisión y acción. Muy en boga allá por las décadas del 60´ y el 70´ en nuestro país, ya quedan pocos exponentes autóctonos de esta gran tradición, y las asignaturas universitarias en ciencias sociales suelen prescindir de contenidos relacionados a la misma, salvo alguna que otra rara excepción.

En su maestría al servicio de la denuncia de una época irracional, Camus indagó en las profundidades que caracterizan esa culpabilidad histórica, y en la capacidad de decir “no” que todo buen rebelde debe tener. En su texto de 1951, El hombre rebelde, señala que la rebelión, como forma genérica, se hace contra la mentira y la opresión, otorgándole de esta manera legitimidad y posicionándola como necesaria en el devenir histórico. Y ese devenir en Camus era eso, constante acontecer, continuidad en la contingencia, y no un desarrollo teleológico con una meta predeterminada, a la manera de Hegel, Marx, o incluso (y da vergüenza ponerlos un momento en el mismo escalón) Fukuyama. Sostiene allí que el hombre, en su mayor esfuerzo, no puede sino proponerse la disminución del dolor del mundo, pero como buen lector de la obra de Dostoievski, reconoce la problemática moral que indica que la injusticia y el sometimiento siempre subsistirán, con lo cual se deduce que el arte y la rebelión no morirán sino con el último hombre, ya que son las únicas alternativas conscientes que posee para seguir adelante con su vida.

Pero detengámonos un momento en su primer ensayo de 1942, el Mito de Sísifo, que resulta revelador de problemáticas nodales de su obra y que tempranamente exhibe la profundidad de los análisis que lo caracterizarían. En el mito, los dioses habían condenado a Sísifo a empujar indefinidamente una gran roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensando que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Sísifo fue entonces el hombre absurdo que Camus tomó de la mitología para pensarlo como metáfora del hombre moderno, como ese proletario que deja su vida en la generación de plusvalía y en la reproducción de una vida miserable. Esa situación que Prévert supo retratar en su poesía con inolvidables frescos de vida, con abrumadoras expresiones de una realidad que enciende la mecha de los eternamente oprimidos.

Así es como Camus toma al absurdo como punto de partida, no como diagnóstico final después de pensar las condiciones de vida de una época, con lo cual la pregunta sobre el sentido de la existencia no se haría esperar demasiado. Así comienza el texto: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías vienen a continuación”. Lo que Camus dirá entonces es que existe una brecha irreconciliable entre la necesidad de certeza y de absoluto que tiene el hombre, y lo bizarro e incongruente que se presenta el mundo. Ante esa disociación, la existencia se torna irremediablemente absurda. Pero si allí es donde estamos, sería demasiado perturbador quedarnos sólo con el diagnóstico. Por eso no se detendrá, y reflexionará sobre los escapes que el hombre se ha procurado ante esa situación, sobre si tiene sentido cargar con ese tremendo peso sobre nuestras espaldas.

Por supuesto no desconoce el rol apaciguador que en numerosas almas siempre ha tenido la religión ante este tipo de diagnósticos, y en general todos aquellos credos que han hablado de una vida después de la vida, de una eternidad tranquilizadora. ¿Pero qué les queda a los que no conocen Dios alguno? El sufrimiento gasta la esperanza y la fe y se queda en solitario en este mundo. Dirá Camus: “Las multitudes de trabajadores, cansados de sufrir y morir, son multitudes sin Dios” . ¿Qué hacer entonces con este panorama desolador? ¿Qué posibilidad tendríamos de transformar la existencia en una experiencia tolerable?

Tampoco dejará descansar Camus al materialismo histórico, y le recriminará el carácter que tendrá en común con la fe, en el sentido de que se debe esperar a futuro para que se resuelvan los problemas de aquellos que sufren en el presente. El marxismo, y más concretamente el cristianismo histórico, dejarían entonces para más adelante la curación del malestar que el hombre moderno padece en su cotidianeidad. Allí sería entonces donde aparece el movimiento más puro de la rebelión, encarnado en la figura agónica de Iván Karamazov. La rebelión así muestra que es el movimiento puro de la vida y que no se puede negarla sin renunciar a vivir. El grito de Camus, que retoma y reinterpreta el del héroe de Dostoievski, es digno de aquel que ya no cree en las caras de infinitas mejillas, que podían resistir infinitos embates y cachetazos en pos de un devenir ultraterreno que nos condena a la sumisión mundana. La rebelión, en definitiva, podrá como mínimo enfrentar esta situación, podrá empezar a pensar el presente como premisa necesaria en la construcción de un porvenir, y no a viceversa.

Pero volviendo a la metáfora de Sísifo, lo que a Camus le interesa es el hombre que cuando ve la piedra rodar cuesta abajo, transita nuevamente el camino, disfrutando tal vez del descanso momentáneo y de la pendiente a favor. Es el hombre que entiende que el absurdo y la dicha son condiciones inseparables de la vida, y que es a partir de esa combinación que se debe enfrentar la existencia, siendo el reconocimiento de esa pareja lo que marca el compromiso de un verdadero intelectual. Camus nos invita de esta manera a compartir una rebelión metafísica, a confrontarnos permanentemente con nuestra propia oscuridad, pidiéndonos transparencia hasta el punto de lo imposible, poniendo al mundo en duda en cada una de sus instancias.

Esa rebelión metafísica extiende la conciencia a todo lo largo y lo ancho de nuestra existencia. De la existencia de los que somos, de nuestra condición de seres perecederos que padecen un mundo irracional, pero que siguen viviendo, obstinadamente, sin fe y sin certeza alguna de mundos ulteriores. Porque esa es la condición del hombre en Camus, hombre que se piensa en situación, y no en proyección por fuera de su esencia humana. En sus propias palabras: “Esta rebelión es la seguridad de un destino aplastante, menos la resignación que debería acompañarla” . Y aquí es donde empieza a vislumbrarse la solución al aparente dilema que plantea en relación a la situación existencial del hombre moderno, porque las verdades más opresivas de alguna manera perecen al ser reconocidas. Y así es como llega a reinterpretar el mito clásico al cual nos referíamos. Se imagina a Sísifo al pie de la montaña, reencontrándose con su carga, enseñando la fidelidad superior que niega a los dioses y empuja la roca. Imagina, a su vez, que el esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar el corazón de un hombre. Camus se imagina a Sísifo dichoso, haciéndole frente a la vida.

Vale entonces la pena que la vida sea vivida. Entendemos así que para los hombres sin religión, esbozar una mueca ante lo absurdo se presenta como una alternativa momentánea, inteligente, para organizar y procesar nuestra condición de rebeldes sin fe. Nos queda la invitación a agotar el campo de lo posible, a persistir obstinadamente en no perecer antes de que la batalla de nuestras vidas haya tenido lugar. Batalla del día a día sin la cual, ahora sí, la vida no tendría sentido.